Nos costó mucho despedirnos de Ancud, uno de esos lugares de los que no es fácil explicar porqué te vas, lugares que te obligan a buscar una buena excusa para seguir ruta. La nuestra era impecable, habíamos quedado con nuestra gran amiga Fran, tras más de 5 años sin vernos desde que coincidimos en Brasil.

Nos moríamos de ganas de compartir un buen rato con ella, y todo salió redondo, pues nada más llegar a la estación de autobuses de Puerto Montt conseguimos los dos últimos pasajes de autobús nocturno hacia Santiago (si, ya habíamos decidido hacía tiempo tirar millas como fuera), así que pudimos pasar el día escuchando sus divertidas y accidentadas anécdotas viajeras. Además con Fran comimos el mejor marisco que hayamos probado en todo el país, mención especial al Chupe de Jaiba, una especie de sopa/paté de cangrejo desmenuzado que desgraciadamente jamás volveremos a encontrar.

 

 

Después de comer todavía tuvimos tiempo de acercarnos a Puerto Varas, una cuidadísima y estética villa con aires suizos a orillas de un lago, y con el estilizado volcán Osorno atrayendo déspotamente cualquier mirada hacia el horizonte. Tomamos un café y un postre delicioso en “El Humedal”, el bar más cool en muchos kilómetros a la redonda, y tras despedirnos de la genial Fran ya de vuelta en la estación de Puerto Montt, nos preparamos para un largo viaje nocturno que nos dejaría a primera hora en medio de la gran metrópolis.

Te apetece visitar Santiago? Pues ahora no me viene muy bien, el cuerpo me pide algo más Za-Za, más chocante, diferente, cultural, vibrante, oscuro, inspirador y sobretodo, cerca del mar. Dos pasajes a Valparaíso, por favor. 

Y sin comerlo ni beberlo, nos teletransportamos desde el bonito pero arisco sur del país, hasta la ciudad más ye-ye que conocemos, a hora y media de la capital. Nada más llegar a Vaparaíso a los dos nos asaltó la misma pregunta “¿¿pero es posible construir hasta el último centímetro empinado de cada cerro??» En Valpo dicen que por supuesto!

Valparaíso es una ciudad ondulada que aprovecha perfectamente tanto sus valles como  sus cerros, uno tras otro todos mirando al mar por defecto, comunicándose mediante ascensores y funiculares urbanos como si fuera lo más normal del mundo, y ofreciendo una sorpresa tras otra por el simple hecho de aventurarse y perderse por sus callejuelas, cuestas e infinitas escaleras muticolor. El arte urbano aquí es una religión.

 

 

Nos ubicamos en el hostel La Casa Piola, un remanso de paz en medio del gran bullicio de esta ciudad tan colorida de día como oscura de noche, y desde allí nos dedicamos a recorrer sin prisa los cerros parándonos en cada graffiti de cada esquina de cada calle. En realidad en eso se puede resumir Valparaiso, un sube y baja de expresiones artísticas ilimitadas que son las que dan toda su personalidad a esta ciudad portuaria y vertical, con aires de favela, canalla y chulesca.

 

Una ciudad que se sabe diferente en su parcelita, mitad tierra mitad Océano Pacífico, y se ofrece sin vergüenza a todo el que la quiera vivir de una u otra forma. Nuestra forma preferida de conocerla fue saborearla desde sus múltiples azoteas, siempre bien acompañados por la Austral Calafate, mejor cerveza del país sin lugar a dudas.

 

 

La vuelta a Santiago al cabo de unos días en Valparaíso fue tranquila y sin sorpresas, alquilamos un apartamento en el típico condominio para expats, cómodo, céntrico, moderno y con un salvavidas para los calurosos mediodías de la city, piscina en la azotea!! Recorrimos Santiago sin prisas y sin grandes expectativas, contemplativos, pensativos, haciendo un concienzudo repaso mental de las 3 semanas pasadas en este país.

 

 

Tan absorto debía ir (pedri) un día buscando un bar donde ver al Barça eliminar al Madrid de la copa, que al meterme en la primera cafetería donde vi que lo televisaban, no me di cuenta de que la chica que me sirvió el café, y todas sus compañeras, iban uniformadas con poco más que un triquini. No entendí nada. Pero esto tiene toda la pinta de una cafetería, verdad? Al echar un ojo a las otras mesas, descubrí en cada una a un varón tomando café y charlando animadamente con alguna camarera, que hacían las veces de meseras y psicoanalistas de la seguramente monótona vida de los clientes.

Por suerte me vieron tan enfrascado en el partido que no tuve que rechazar educadamente a nadie. Más tarde nos explicó Alejandro que dichos locales eran conocidos como “cafés con piernas”, y no eran más que simples cafeterías con camareras mucho más amables de lo normal. Incatalogable.

 

 

De Santiago nos quedamos con El Barrio de Lastarria, estéticamente bonito y entretenido, aunque la mejor comida la probamos en El Barrio de Brasil, en un local llamado la Peluquería Francesa, una barbería reformada donde se comía de primera pero donde no habían olvidado el oficio, te afeitaban la cartera muy profesionalmente.

 

 

Y en el mismo barrio de Brasil pudimos encontrarnos de nuevo con Salvador y Alejandro, nuestros geniales compañeros de Ferry, con la suerte de coincidir en el primer viernes de su primera semana de trabajo en el colegio tras las vacaciones de verano. Obviamente no hubo límite de cervezas y anécdotas compartidas en un local estudiantil izquierdista y revolucionario, donde además disfrutamos de una representación teatral de una obra escrita y censurada aún en época de Pinochet, ese gran pedazo de escoria y lacra para una sociedad que jamás ha visto en la violencia y dictadura forma alguna de aprecio a la vida.

 

 

El último día decidimos alquilar un coche y acercarnos a la sierra De Santiago, el Cajón del Maipo, un parque natural a 50 km de la ciudad donde, tras perdernos varias veces en una carretera sin pérdida, con noche dentro del auto incluida, pudimos disfrutar de uno de los paisajes más bonitos en lo que llevamos de país.

Ya por la mañana y con el madrugón forzoso que caracteriza dormir en el coche, nos animamos a realizar un precioso trekking en la montaña de El Morado, recorriendo extensas praderas pobladas por caballos en libertad, muy a lo Bonanza, y siguiendo el cauce del río hasta llegar a la falda de una bonita montaña salpicada de glaciares. Un paseo muy recomendable, pese a que te cobren por entrar (extranjeros unos 8 euros…).

 

 

 

Volvimos a Santiago directamente al aeropuerto, dejamos el coche y nos dispusimos a celebrar que por fin partíamos a Lima, Perú, a disfrutar de su cebiche y su facilidad para viajar y sorprender, con su historia y presente.

Nos vamos con algo de pena, no por dejar el país como en otras ocasiones, si no por que nos va a costar tiempo quitarnos de encima la sensación de que en lugar de viajar por Chile hemos viajado contra Chile. Se nos ha hecho francamente pesado lo poco que nos ha ofrecido el país para el esfuerzo que nos ha supuesto recorrerlo económico y mentalmente. Llevábamos muchos días pensando si habíamos tenido nosotros mala suerte con lo que visitábamos, o es que realmente todo está sobrevalorado y  poco es lo que sorprende. Así que corramos un tupido velo y quedémonos con los momentos maravillosos que compartimos con su maravillosa gente. Sólo por eso ya valió la pena el viaje.

Si algo podía arreglar esa sensación momentánea que todos los viajeros tenemos de vez en cuando, de preguntarse “¿de verdad vale la pena seguir?”, sin duda sería la cálida brisa que recorre las calles del moderno Barrio de Barranco en Lima. Última cerveza en el aeropuerto antes de embarcar, servida por un alegre camarero a pesar de trabajar en turno de noche,  bajo la frase: «Se las merecen!», y tanto que nos las merecemos, no lo sabes tú bien! Viva Chile PÓ!!!

 

 

By Pere&Didi 


2 comentarios

juan manuel escorial · abril 4, 2019 a las 12:45 pm

¿Cómo se pueden ver las fotos más grandes?
Después de ver la obra de teatro os faltó cantar las canciones de Víctor Jara.

    Didi & Pere · abril 24, 2019 a las 4:20 pm

    Juan! Es que el blog estaba pensado para verlo desde móvil o tablet, que era lo más habitual. Desde ahí es tan fácil como agrandarlo pero le preguntaré a mi hermano, que es el experto para que se puedan ver bien desde el ordenador. Un besazo!

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