Cruzar la frontera de Ipiales no fue tan difícil como pensábamos aunque tampoco la recordaremos como una frontera agradable. Cientos de personas, la mayoría venezolanos, intentando durante días obtener unos papeles que difícilmente les van dar, tanto para entrar como para salir de Colombia, huyendo de lo que sea que huyen. No lo sabemos. En realidad no tenemos ni la menor idea de por lo que pasan estas famílias cada día de nuestra vida. Sólo vemos a gente que no se merece lo mucho que está sufriendo. Y son muchos y sufren mucho. Y entre toda esa locura 2 viajeros y una perrita que en 2 meses con nosotros ha aprendido a moverse entre fronteras como pez en el agua. Costó tiempo y paciencia, pero al cabo de muchas horas ya estábamos en Colombia! Qué ganitas te teníamos!

 

Durante años nos hemos cruzado con viajeros que adoraban este país y sus conversaciones no hacían más que acrecentar la curiosidad por conocerlo. Es cierto que no fue amor a primera vista pero había amor, sin duda. En cuanto cruzamos la frontera montamos en la primera furgoneta rumbo a Pasto, con la ilusa intención de no llegar muy entrada la noche. Primera hostia: Colombia es muy verde y hay  montañas infinitas, lo que hace que visualmente sea una gozada viajar por ellas, pero que la relación distancia/tiempo es, hora arriba hora abajo sea de 100 Km/ 4 horas. Siempre. Sin excepciones. Llegamos a Pasto a las tantas, claro.

A priori la ciudad en sí no nos interesaba mucho, y menos tras comprobar la tremenda contaminación acústica en forma de música salsa y reggaetón que invade todas las calles a cualquier hora, emergiendo de tiendas de ropa, de autos, motos, buses, del quiosco, del bar de arepas, de la panadería, música y más música sin ningún criterio, como si la regalaran y se fuera a perder por el desagüe en caso de no escucharla a todo volumen.

Cerca de Pasto nos hablaron de la Laguna de La Cocha, un precioso y turístico pueblecito de cabañas de madera a orillas de un lago donde relajarse, comer trucha cocinada en todas sus variedades y visitar la isla de la Cocha, hoy en día el parque nacional más pequeño de este país. Nada más llegar decidimos quedarnos una noche para descansar del ruido atronador de la ciudad de Pasto, y encontramos una cabaña con todo lo que necesitábamos a un precio increíble, unos 8€. Efectivamente Colombia es más económico que Ecuador, y nuestras cuentas y barrigas lo agradecieron tanto que decidimos darnos un buen homenaje para comer al día siguiente.

Nada más despertarnos y dejar nuestra cabañita, agradecimos al vecino por haber puesto su “músicón” de cuestionable gusto a todo volúmen a las 4 de la mañana, y nos disponíamos a visitar la Laguna cuando conocimos a Mario y Laura, español y belga, una pareja de súper viajeros que nos acompañaron durante el resto del día y la noche, ayudándonos muchísimo a planificar el viaje por Colombia, e incluso regalándonos su guía Lonely Planet, ya que ellos hacían el recorrido contrario al nuestro e iban directos a Ecuador. De nuevo, los lugares que visitas nunca se pueden comparar a la maravillosa gente que conoces por el camino.

Todavía sin estar del todo ubicados en este nuevo país, pusimos rumbo a Popayán, ciudad colonial, toda blanca y de casas bajas, con un parecido asombroso a los pueblos del sur de España, ciudad estudiantil y con ambientazo que invitaba a recorrer cada rincón de la ciudad. A Frida le encantó el hostel y decidimos quedarnos hasta probar todas las especialidades gastronómicas del lugar, que parecían infinitas. Ir tachando de la lista de comidas a probar nos encanta, y se nos da especialmente bien!

Nuestro hostel, La Casona, un edificio colonial con un pequeño pero acogedor patio donde desayunábamos, escribíamos, charlábamos, leíamos y reíamos cada día, estaba justo al lado del Morro, un cerro precioso con vistas sobre toda la ciudad donde tuvimos la oportunidad de hacer una magnífica clase de yoga a primera hora de la mañana, una gran experiencia, que también habría sido muy relajante si Frida no se hubiera dedicado a jugar con los pies y calcetines de los demás yoguis…

A lo de comer le cogimos rápidamente el pulso, y en 3 días conocíamos cada bar, restaurante, tugurio o puestecito callejero que se preciara, especial mención al Restaurante Carmina, regentado por Ferrán, un iluminado de Sabadell que, con recetas de su madre grabadas con el móvil en su tierra natal y mucho trabajo compartido con Estela, regentaba el mejor Restaurante de Popayán con mucha diferencia. Caso práctico de alguien que gana el 25% de lo que ganaba en su anterior vida de ejecutivo en Barcelona, siendo ahora 200% más feliz.

Aunque no lo parezca, también tuvimos tiempo de visitar los alrededores de Popayán, y tuvimos la gran suerte de acertar el día de visita a Silvia, un pueblo en la sierra donde cada martes bajan de las montañas todos los indígenas Guambianos para el mercado semanal, conocidos por su absoluta maestría en el arte de tejer, y reconozco que jamás hemos visto telas, ponchos, carteras y bolsos tan bonitos como los Guambianos. Siempre ataviados con sus faldas azules, tanto hombres como mujeres, sus ponchos y bombines, fue todo un espectáculo de color conocer tan de cerca su histórica cultura de intercambio.

Desde mucho antes de cruzar la frontera teníamos claro que queríamos conocer muy bien este maravilloso país que es Colombia, del que los que lo conocen hablan maravillas y los que lo desconocen sólo te aconsejan que tengas cuidado. Así que antes de dejar Popayán decidimos ir a pasar un par de días a Puracé, un pueblo diminuto con una calle, muchos perros y un precioso parque natural donde conocer el auténtico páramo, con su flora y fauna únicas, como los Frailejones y el imponente Cóndor de los andes.

El pueblo en sí me recordó muchísimo a la mítica escena de “Tras el corazón Verde”, cuando Michael Douglas y Kathleen Turner llegan a un pueblo de traficantes en busca de transporte y terminan en casa de Juan el Campanero. El único hostel del pueblo, irreconocible por fuera, albergaba un maravilloso jardín en su interior, y estaba a 10 minutos caminando de una espectacular cascada que nos enloqueció a los 3 de tanta belleza. Frida se negó a dormir de lo sobreexcitada que estaba tras los colores casi irreales del parque de Puracé!

Tras más de una semana pululando por Popayán y alrededores decidimos que había llegado el momento de proseguir, y aún con las mochilas en la espalda y camino a la terminal terrestre de autobuses, todavía debíamos decidir qué ruta tomar de entre las múltiples opciones posibles.

Hacia el Norte Cali, capital de la Salsa y un buen lugar donde aprender a bailar… Descartado, necesitaríamos 2 vidas para aprender a movernos mínimamente parecido a como lo hacen aquí. Hacia el Este dos destinos llamaron mucho nuestra atención, San Agustín, el yacimiento arqueológico más importante del país, con esculturas precolombinas de más de 7 metros de altura diseminadas por la selva, seguramente muy espectacular. El segundo, menos conocido pero con el nombre más evocador que conozco, Tierradentro, un lugar misterioso donde hace poco han descubierto una serie de enclaves funerarios repartidos entre las verdes montañas de la zona, provenientes de una desconocida cultura y del que todavía quedaban muchas incógnitas por resolver entre los únicos muros de las tumbas encontradas.

Estaba claro no? 2 billetes y un perrete a San Andrés de Pisimbalá, Tierradentro.

By Pere&Didi

Categorías: COLOMBIA

1 comentario

Cosi · febrero 5, 2024 a las 10:45 pm

Qué bonito que ha sido todo cosi. Valió la pena cada minuto. Sigue valiendo la pena cada minuto de mi vida. te quiero.

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