Santa Cruz, la isla que nos vió llegar a Galápagos nos recibió con una temperatura agradable y con promesas de que acabábamos de llegar a un lugar especial y único. Llegas al aeropuerto, tomas un bus hasta el estrecho, luego un barco y luego otro transporte hasta llegar al pueblo. Lo mejor de tanto trajín fue conocer a Ceci y Jon al compartir el último trayecto en taxi hartos de tanto bus. La conexión fue instantánea: “Pasamos a ver un rancho de tortugas gigantes antes de llegar al pueblo?” – “Y… Dale!”
Dimos una rápida vuelta por el Rancho El Chato, situado al norte de la Isla de Santa Cruz, un lugar con aire de tourist trap que nos sirvió para hacer las presentaciones con esta pareja de Córdoba, puros argentinos a los que tanto apreciamos, por su calidez, por su facilidad para hacerte sentir que los conoces de toda una vida, por su tendencia infinita a la cultura y a disfrutar de la vida.
Por eso tras visualizar y emocionarnos por igual con algunas tortugas gigantes, del tamaño de un 600, nos fue fácil ponernos de acuerdo para hacer un tour al día siguiente. Por nuestra parte pasamos la tarde tranquilamente ubicándonos en el hostel y el pueblo, y empezando a alucinar con la conexión entre humanos y bestias en el entorno de Galápagos: Lobitos de Mar compartiendo asiento con viajeros, Pelícanos haciendo la compra en la pescadería junto a los locales e iguanas filosofando sobre lo ajetreada que se ha vuelto la vida en la gran ciudad últimamente.
El Tour de snorkel nos llevó a hasta la isla Pinzón, con el cielo encapotado y el mar más oscuro de lo que nos habría gustado, pero con una tremenda ilusión para compartir un trozo de esta tierra en armonía con animales que en ningún otro lugar del planeta se muestran como auténticos anfitriones. Y no nos defraudó, nada más tirarnos al agua y empezar a nadar, más para sacudirnos el frío que por saber dónde ir, se nos cruzó una iguana marina, flotando sinuosamente por la superfície. Vale, vale ya me aparto…que carácter!
En Galápagos, lo que siempre creímos que era territorio snorkel, de pronto se había convertido en una privilegiada visita a un santuario donde todo se mira pero no se toca, simplemente se disfruta, un tiburón demasiado grande te roza con su piel mientras 2 enormes lobos de mar cazan entre las raíces del manglar, una tortuga marina mordisquea el coral a tu derecha y una manta raya se despide por la izquierda, y todo a menos de un metro de distancia.
Fue tan difícil de asimilar que el día siguiente lo dedicamos sencillamente a conocer la isla, dando un caluroso paseo hasta Tortuga Bay, una playa a menos de una hora de camino que vale cada gota de sudor hasta llegar a ella. La arena y el agua eran prácticamente del mismo color, el que sea pero muy claro y muy brillante, arena blanca y agua turquesa. Y bandera roja en un mástil, por la fuerte corriente, decían. Bueno, nos metemos hasta la cintura y ya, no? Si si, además hace mucho calor! Y de repente sombras. Sombras muy grandes en el agua. Y muy muy rápidas. Tiburones de arrecife, pacíficos al fin y al cabo, pero que te rodeaban a una velocidad imposible, con cambios de ritmo impredecibles, como movidos por latigazos. La fuga de las iguanas que nos rodeaban nos indicó que era el momento de salir del agua. Otra experiencia inolvidable.
Nos despedimos de Jon y Ceci para ir hacia la Isla Isabela, ellos vendrían al día siguiente y nosotros estábamos ávidos de conocer la conocida como mejor isla de Galápagos. Y sin duda lo es. Una isla gigantesca con un minúsculo núcleo urbano de menos de cien casas en un extremo de la bahía, al sur de los volcanes, cactus y vegetación que más inspiraron a Darwin en su viaje de 5 años a bordo del Beagle.
Ese mismo día nos vinimos arriba, animados por un solazo esplendido, y alquilamos 2 bicis para recorrer uno de los senderos más espectaculares que hemos hecho, el que lleva desde el pueblo, entre manglares hasta el mirador Cerro Orchilla, pasando por la playa más perfecta que yo he conocido (P), dejando atrás pequeñas calas invadidas por iguanas, claros de bosque habitados por tortugas terrestres gigantes y parando para entrar en algún túnel de lava de agua cristalina. Sólo en esos momentos y lugares tu mente entiende porqué Darwin tituló su libro como “El Origen de las Especies”. Aunque con esas playas de escándalo no pudimos evitar pensar: «Anda majo, que tu no te quedaste tanto tiempo aquí solamente mirando los animalicos…»
Con la llegada de nuestros nuevos compañeros de viaje, Jon y Ceci, todo fue aún más rodado, nos dedicamos a conocer un poco más la isla, a filosofar con una cerveza en la mano en un bar frente al mar, a pasear al atardecer para hacer hambre y degustar un buen pescado por la noche, a compartir la belleza y la buena onda que nos perseguía.
Así, decidimos hacer juntos el tour de los túneles, un lugar remoto de la Isla Isabela del que todavía no hemos decidido qué es más perfecto, las formaciones rocosas en forma de túnel del lugar, el reflejo de todo el conjunto en la superficie o el infinito placer de nadar durante más de veinte minutos junto a un tranquilo lobito de mar en plena siesta. Fuera y dentro del agua, este lugar te roba el corazón por muy de secano que seas, como uno que yo me sé!
Los días en Isabela pasaron demasiado rápido,porque todo tiempo a remojo en aguas turquesas sabe a poco, pero aún nos dió tiempo para ir a buscar los coloridos flamencos en las lagunas del oeste, tras una relajadísima ruta que terminó de la única forma posible, con una cerveza admirando el atardecer en Isabela. Nos costará olvidarnos de Ceci y Jon, cuando viajas no es fácil encontrar a gente con la que te entiendes con una simple mirada. De todas formas les lanzamos un reto para venir a España que esperamos que cumplan más pronto que tarde!
Para llegar a la tercera y última isla que queríamos conocer, debíamos volver de Isabela a Santa Cruz (en el medio de las dos) y de allí tomar otro bote hasta Isla San Cristóbal. Las horas de espera entre botes las dedicamos a ir a Garrapatero, un apartado rincón al este de Santa Cruz con una playa desierta sola para nosotros, donde pudimos coger un kayak y llegar a otras playas todavía más desiertas. Idílico no? pero allí claramente no éramos bienvenidos por los odiosos tábanos que te perseguían hasta la muerte (la suya, obvio, aplastamiento por palma de mano encabritada). A lo largo de estos 10 días en Galápagos he visto los mejores bailes de San Vito sobre superficie arenosa de mi vida, y todo gracias a estos animalitos, los más cercanos en todo momento y menos fotografiados.
Cuando llegas a San Cristóbal ya poco te puede sorprender tras tanta naturaleza en estado puro excepto que en la misma playa de llegada al pueblo haya una comunidad de cientos de lobos de mar conviviendo e interactuando entre ellos. Un documental que a escasos metros de tus ojos puede dejarte embelesado por horas, si no fuera por el tufillo también muy real y autentico que emanan. En San Cristóbal fuimos a parar a un hostel muy agradable con una preciosa cocina, donde pudimos comprobar lo carísimos que son los alimentos básicos en estas islas preciosas pero insoportablemente encarecidas.
El día antes de volver a Quito lo dedicamos a hacer el último tour que nos permitía nuestro presupuesto, y fuimos a Kicker Rock (El León dormido) un islote en medio del mar establecido por los tiburones martillo como estación de limpieza y relax, donde pudimos ver todos los colores del océano en unos pocos metros cuadrados. Y con eso ya estábamos satisfechos con nuestra experiencia en Galápagos, podíamos volver como triunfadores de esta cara pero divertidísima aventura.
Incluso la útima mañana antes del vuelo fuimos a la playa de la Lobería a dedicarnos el último baño y snorkel, prácticamente solos, con el sol radiante y el agua transparente, nadando junto a dos tortugas a las que se la sudaba si íbamos o veníamos, y varias iguanas que nos siguieron indiferentes con la mirada hasta llegar al aeropuerto. ¿Ha sido real verdad? No lo sé, déjame ver la cámara para estar del todo seguro de lo que acabamos de vivir. Pues si, ha sido real.
Tan real como que Frida nos espera en Quito, con su oreja caída y su mirada de mujer fuerte que no teme a nada. El viaje sigue con ella, cómo podríamos sorprenderla ahora? La Selva Amazónica nos espera al oriente de este pequeño gran país.
Pere&Didi
PD: las fotos submarinas y otras (que pueden diferenciarse con claridad por que son las mejores) nos las ha cedido nuestro gran amigo y fotógrafo Jon. Mil gracias.
2 comentarios
Ceci · mayo 3, 2019 a las 1:07 am
Que hermosa entrada es q siento exactamente igual. Es un lugar para tener siempre presente y darnos cuenta de q la vida es eso y no esto no? Bueno el reto lo acepto y espero que pronto! Fue muy bello conocerlos y hacer amigos y cómplices tan rápido! Que siga la aventura y estoy segura de que pronto veremos atardeceres con cervecita en mano, claro!
JUAN MANUEL ESCORIAL · mayo 8, 2019 a las 9:10 am
En el próximo viaje con una cámara submarina en el macuto.