Nos desplazamos desde Máncora, en el norte de Perú, hasta Cuenca, nuestro primer destino en Ecuador, con un bus nocturno que ya no tenía la calidad de los peruanos (aquello era para alquilarlo y quedarse a vivir en el asiento) y cruzamos como zombies el paso fronterizo a las 3 de la mañana con Frida en brazos. Dejamos atrás la playa para entrar de lleno en la Sierra ecuatoriana, de la que no teníamos ni idea de lo que nos depararía más allá del frío intenso que sentimos al bajar del bus. 

Cuenca es una ciudad con una arquitectura muy peculiar, rajada por la mitad por un potentísimo y caudaloso río del que han sabido aprovechar muy bien sus orillas para crear un bonito paseo donde maravillarse con todas las fachadas que trazan su riverline (nuevo palabro). Y precisamente a eso nos dedicamos los 3 días que estuvimos en la ciudad, a aprender a pasear con Frida, que evidentemente no había llevado una correa en su vida y le parecía un invento del demonio, a perdernos por sus calles empedradas y a otear desde cualquier rincón las preciosas cúpulas azules de la Catedral, siempre deslumbrantes sin importar mucho la climatología, ya sea con el cielo encapotado o con un sol encabritado.

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Nuestro hostel era una preciosa y antigua casa colonial de siete pisos increíblemente anclada a la roca sobre el río, que siempre nos arrullaba con su ruidoso caudal. Desde la posada pudimos visitar varios museos interesantes, como el de la gran fábrica de sombreros de Panamá (pues si, el famosísimo Panama Hat es ecuatoriano, otra cosa en la que llevamos equivocados toda la vida).

En uno de estos paseos sin rumbo entramos en una exposición de pintura del artista Ariel Dawi, argentino afincado en Cuenca desde demasiado tiempo atrás como para pensar en irse a ningún otro lado. Tuvimos la grandísima suerte de coincidir con él en la galería y poder compartir más de una hora de charla sobre sus pinturas y sus estancias en Barcelona, tan aburrido debía estar el hombre que hasta nos invitó a comer una carnesita! De esas pinturas obtuvimos una idea muy romántica de lo que nos esperaba por ver en el resto del país, y más adelante pudimos comprobar el grandísimo talento de Ariel al retratar los coloridos cerros de Quito y las selvas del Oriente.

Sin duda Cuenca es una ciudad de cultura incansable, te despierta con sus deliciosos desayunos, te sacude con sus incatalogables museos como “El Museo Prohibido”. Esta galería no apta para sensiblones u ofendiditos de la vida, como su nombre bien indica, te lleva a pasear por lo más oscuro que pueda asomar en la cabeza de alguien, en este caso del artista. Vestirte de diablo pagano o  descansar intranquilamente en tu propia tumba, son algunas de las agradables experiencias que te ofrece este pintoresco lugar.

Y para rematar el día Cuenca te acaba arropando en la noche con sus increíbles sesiones de jazz nocturno. Entiendo perfectamente que alguien decida sin derecho a réplica quedarse a vivir en esta tranquila pero atrayente ciudad. Pero no para nosotros, que tras tantos días de relax en Máncora estábamos ávidos de tierra en las botas. Lo último que hicimos  fue visitar el pequeño pueblo de Gualaceo y su mercado indígena de los sábados, donde una Cholita manda más que cien hombres, la fruta y verdura es incomparablemente fresca y los colores vuelven a llenar nuestras retinas y a ponernos una sonrisa en la cara.

Con Frida a cuestas, ya totalmente acostumbrada e incluso agradecida de ir en autobús, llegamos a Riobamba, ciudad sin mucho más que ofrecer que sus impresionantes y picudos alrededores, salpicados de volcanes con el Chimborazo como meta principal.

Y allí fuimos, o eso creemos, pues el día que decidimos subir los 5100 metros hasta el refugio Whymper, en la falda del Volcán Chimborazo, la niebla era tan espesa que podríamos haber estado en el parque delante de casa que ni nos habríamos enterado. Eso sí, el inconfundible mal de altura te estruja los pulmones de tal manera que pronto dimos la excursión por terminada, disfrutando la bajada con la compañía de las estilizadas vicuñas, unas llamas de largas pestañas y capacidad sobrenatural para vivir en lugares remotos. La última vez que las vimos fue el Salar de Uyuni, en Bolivia. Sudamérica es sobretodo eso, Naturaleza sobrenatural. Al final del sendero un cementerio con lápidas más recientes de lo que nos hubiera gustado comprobar, nos indicó que habíamos hecho bien en bajar .

Nada más llegar a la salida nos comentaron que el bus acababa de pasar, habría otro en una hora. Así que nos sentamos en el bordillo bajo la mirada de las tranquilas vicuñas, que claramente pensaban: «vaya par de pringaos» y a las que no les faltaba un ápice de razón.

Intentamos hacer autostop para pasar el rato y bingo! Una pareja de ecuatorianos muy amables que bajaban del Chimborazo se ofrecieron a llevarnos de vuelta. Al principio pensábamos que ella era muy tímida ya que no abrió la boca durante un buen rato. Al cabo de poco, indicios tales como el color amarillo limón de su cara, las muecas de dolor  y que había que parar cada diez minutos en el arcén, percibimos que no era vergüenza exactamente, sino un mal de altura muy mal llevado. «Pobre mujer, al menos eso hará que el marido conduzca con premura al hotel para que descanse y se recupere…» Nada más lejos de la realidad, el muchacho tenía la ruta turística hecha para esa mañana y ningún trastorno metabólico mortal se lo iba a impedir, así que nos desviamos hacia unas lagunas bastante bonitas y cuidadas (Laguna de Colta), mientras la pobre chica iba alternativamente echando los higadillos detrás de cada árbol y sonriendo a su enamorado. Para matarlo.

A todo ecuatoriano a quien habíamos preguntado qué “no perderse” de su país nos brindó la misma respuesta: “Baños de Agua Santa, por supuesto!!”. Y nada más llegar a Baños entendimos el porqué de su buena fama. Pura vegetación salpicada de preciosas cascadas, un pueblo tranquilo con muy buena onda y repleto de viajeros sin ganas de irse de un lugar que tiene tanto que ofrecer.

En el hostel nos dieron una preciosa habitación abuhardillada donde nos hicimos fuertes, llenamos la nevera de fruta y verdura recién comprada en el cercano mercado y nos dispusimos a conocer cada rincón de aquél paraíso de laderas verdes y cascadas.

El primer día ya nos quedó claro que estábamos en un lugar especial cuando subimos (en bus) a la Casa del Árbol, en una de las colinas, casi acantilados que rodean la pequeña ciudad de Baños. Nos dimos el gustazo de columpiarnos como niños en un columpio que te proyectaba directamente al cielo, sin suelo bajo los pies, sólo nubes  y muchos metros de caída libre. Y habríamos agradecido ésa caída, pues tomamos la mala decisión de bajar hasta el pueblo caminando, por no decir derrapando y gritando, por no decir esquiando sobre un polvoriento camino de pendiente vertical. Never more.

Eso sí, la llegada al hostel siempre prometía una ducha caliente y un agradable rato cocinando para degustar la cena en el jardín, con Frida en los pies y una cerveza en medio de los 3. De postre solíamos dedicarnos unas deliciosas Micheladas en un bar mejicano donde las preparaban casi tan ricas como en el Pachuco de Barcelona. Ay Michelada… Porqué no te conocí antes?

El sol nos acompañó durante todo el día que decidimos alquilar un par de buenas bicis y visitar todas las cascadas de los alrededores, todas espectaculares y elásticamente enclavadas en mitad de bosques prohibidos. Aún así, nadie consigue recordar ninguna de esas cascadas cuando llegas a la última de ellas, El Pailón del Diablo. Una cascada que castiga con fuerza las rocas de un húmedo cañón donde uno siente que ha llegado a lo más profundo del país, sin escapatoria alguna y sin necesidad de visitar nada más con la certeza de que aquello es insuperable.

Por ello al día siguiente decidimos hacer algo por primera vez: Rafting!! Pasamos la mañana entera a remojo entre risas, aguas no tan frías y cascadas que alimentan el río Pastaza, que discurre intranquilo entre verticales paredes verdes, como con unas ganas locas de llegar donde sea, al mar, a otro río o a otro país, donde sea pero rápido, y de eso nos aprovechamos para llegar remando allá donde el bosque húmedo de La Sierra ecuatoriana da paso a la Selva amazónica.

Nos costó decidir cuándo dejar Baños de Agua Santa, pero nos costó todavía más decidir el próximo destino, ya que entre todos los posibles planes se coló un lugar que nunca antes había estado en nuestra inexistente agenda, y cuyo nombre sonaba tan utópico que ni siquiera en nuestros mejores delirios de grandeza nos habíamos planteado: Las Islas Galápagos, el último reducto virgen de este planeta.

  • Imposible, es carísimo!
  • Pero dicen que es espectacular, no?
  • No estará sobrevalorado?
  • Es un lugar único en el mundo.
  • Se nos escapa del presupuesto…
  • If not now, then when?
  • Pues… Es verdad, vamos a Galápagos! 

Pero espera, y ahora qué hacemos con Frida? Pues lo de siempre, mover cielo y tierra hasta encontrar las personas más maravillosas de Ecuador, recomendadas por José Luis, uno de los seres de Luz de Máncora, que nos puso en contacto con Antonella y su familia, quienes se ofrecieron sin reparos y mucha generosidad a cuidar del bichito los días que estaríamos en ultramar.

¿Protector solar? Dentro. ¿Gafas de snorkel? Ok. ¿Bañador? Claro. ¿Miedo a nadar con tiburones? Sip, todo a punto. Pfff, qué locura, Pasajeros a Santa Cruz, Galápagos, efectúen su embarque por favor.

By Pere & Didi.


1 comentario

JUAN MANUEL ESCORIAL · abril 30, 2019 a las 9:59 am

De esas vicuñas que visteis se saca la lana más cara. La chaqueta que lleva Evo Morales siempre es de lana de vicuña y cuesta un pastón.
Es bueno que andéis mucho porque con lo que estáis comiendo y bebiendo, cuando volváis vais a tener que hacer régimen.

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