Hay algo más exótico y romántico que la arqueología? Seguramente sí, pero nada como descubrir secretos enterrados en lugares remotos durante siglos, misteriosas civilizaciones que un día se fueron sin dejar más rastro que un reguero de tumbas diseminadas entre altísimas montañas y obviamente sin dejar un libro de instrucciones o un simple epílogo que explique el porqué de tan extrañas costumbres. Bueno pues más o menos eso es lo que debió pensar el investigador que hace pocos años descubrió la primera tumba, intacta en una verde colina de la Sierra sur de Colombia, representando a toda una civilización de la que todavía no se ha conseguido averiguar nada. Un lugar tan bonito y misterioso como su nombre, Tierradentro.
Tras muchas horas y más curvas en un autobús escolar, llegamos a San Andrés de Pisimbalá, un tranquilo pueblo que alberga el parque arqueológico de Tierradentro, uno de los lugares más mágicos que hemos visitado en nuestra vida. El nombre no puede ser más adecuado, ya que se trata de un conjunto de tumbas perfectamente conservadas, con un estilo constructivo nunca visto, y diseminadas entre colinas tan empinadas que daban vértigo.
Nada más llegar fuimos ansiosos a visitar el primer yacimiento conocido como Segovia, y ya en la primera tumba fuimos conscientes del privilegiado espectáculo que teníamos delante y detrás, tanto por la rareza arqueológica del mausoleo como por las increíbles vistas del país con que nos obsequiaba el lugar. Un camino que hicimos intentando cerrar la boca porque daba la sensación de que aguzando mucho la vista uno podría llegar a ver Ushuaia desde esas montañas.
Tras bajar a todas las tumbas que pudimos, haciendo equilibrios en sus verticales escaleras en espiral, alucinando con los murales y pinturas en perfecto estado de conservación, y subir de nuevo escalando hasta la superficie, decidimos alargar aquella aventura tanto como pudiéramos, además el recorrido contaba con la característica que más puede gustar a un viajero, era una ruta circular!
Seguimos caminando por la montaña con la negra noche pisándonos los talones hasta que por fin llegamos al pueblo, San Andrés de Pisimbalá, un pueblito rural con un hostel, una biblioteca preciosa, un restaurante delicioso y la Iglesia más sencilla, minimalista y de fantasía que hayamos visto. Con esas opciones entre manos fue fácil conocer todos los highlights del pueblo, así que tras maravillarnos durante un rato incierto contemplando la iglesia, comimos un menú sabrosísimo en el bar por el precio de una cerveza en Barcelona y sin prisa caminamos a oscuras los 20 minutos que nos llevaban hasta nuestro alojamiento. Por aquél entonces ya nos habíamos enamorado locamente de Tierradentro así que sólo debíamos decidir cómo disfrutar al día siguiente.
Y nuestra forma de disfrute fue, de entre todas las opciones, la más salvaje, subir la tremenda cuesta del alto del Aguacate que lleva hasta el yacimiento de más altitud. Un empinadísimo camino que se abre paso entre cultivos de café y banano, casi vertical y exasperante, que parece no tener fin hasta que uno llega a la cresta de la montaña y puede apreciar los diferentes valles y poblaciones a lado y lado.
En ese momento uno desea que aquello no tenga fin, las agujetas pasarán y el sudor resbalará hasta regar la tierra, pero esta maravillosa vista es tan bonita como efímera, y dedicamos un buen rato a contemplar el mundo camino a la cima, sin dejar de preguntarnos qué se les perdió a esta gente para enterrar a sus semejantes en lugares de tan difícil acceso. Si había sido mortal la subida acarreando sólo una mochila con una botella de agua no imagino el trayecto cargando un fiambre… Ya en la cumbre sencillamente nos sentamos, nos dimos la mano y dejamos que la brisa y el paisaje nos realimentaran durante una hora antes de acometer nuestra siempre parte favorita, la bajada.
Tras pasar la tarde descansando y disfrutando de la tranquilidad absoluta de San Andrés de Pisimbalá, decidimos que era hora de volver a cargar la mochila y seguir descubriendo Colombia, cosa que seguiríamos haciendo durante meses si pudiéramos. Con todo el pesar de nuestro corazón decidimos dejar Tierradentro con la esperanza de que el próximo destino no nos hiciera recordar demasiado lo dejado atrás, y una vez más este país nos aplaudió en la cara con uno de los lugares menos previsibles en estas latitudes, a solamente 100km del verde más verde jamás contemplado encontramos el Desierto de Tatacoa!
Llegamos a la capital de la región del Huila, Neiva, una ciudad que no tiene mucho más allá de una insoportable humedad y una correcta estación de autobuses, desde donde conseguimos que una furgoneta nos acercara a Villavieja, un pueblo pueblo, con sus mototaxis, su parque (plaza) central como núcleo total y sus habitantes sobrellevando el calor y los mosquitos a la sombra de cualquier árbol, alero, tejadillo o cactus. Allí empezaba el desierto.
Tras alojarnos en un divertido hostel con Frida causando furor entre los perretes locales, trazamos la ruta para visitar el desierto a la mañana siguiente, y decidimos que lo mejor sería recorrerlo en moto por nuestra cuenta, disfrutando de cada recodo de este incomprensible rincón de secano en medio del país.
Y efectivamente lo que encontramos fue un desierto espectacular con todas sus letras, preciosas formaciones rocosas de colores rojizos y grisáceos formando auténticos laberintos donde es extremadamente fácil perderse, con cactus de todas las tipologías, colores y formas, y por supuesto un calor abrasador que por suerte se compensó con una finísima lluvia que incluso agradecimos al juntarse con el viento que nos refrescaba la cara al ritmo de la moto.
Quedamos encantados con el desierto de Tatacoa, y pasamos la tarde descansando en las hamacas de nuestro colorido hostel alimentando a un ejército entero de mosquitos invisibles, de esos que cuando notas el picor ya están echándose su siesta. Ya después del atardecer decidimos degustar las famosas hamburguesas vegetarianas del bar Sol del Desierto sin poder evitar rascarnos compulsivamente las piernas. Eso sí, comida y bebida excelente, un auténtico oasis en medio de tanto sofoco.
Había llegado el momento de avanzar de nuevo, de dar un paso más y volver a pasear entre cemento, ladrillo y asfalto. Una ciudad entera nos esperaba con los brazos abiertos, como no podía ser de otra forma tratándose de Colombia. Sus preciosos bares, restaurantes, centros culturales, teatros, cines… y sobretodo Gustavo, un grandísimo amigo que conocimos hace tiempo en Madrid y al que prometimos visitar algún día. Cumpliendo nuestra promesa, llegábamos a Medellín!
By Pere&Didi
3 comentarios
Paloma · junio 23, 2019 a las 5:10 pm
Qué alegría , felicidad , enamoramiento …no tengo palabras para describir la emoción que nos transmitìs al leer vuestros itinerarios , revivimos unos momentos de felicidad junto a vosotros… ..y no hablar de las ganicas que nos dejáis de viajar , conocer preciosidades , amigos y disfrutar de amistades !!!, Gracias pareja por compartir con nosotros ésta hermosura de mundo !!!!! , Carpe Diem !!!
JUAN MANUEL ESCORIAL SAINZ · junio 24, 2019 a las 7:14 am
!Que vida más dura! caminar y caminar, recorridos interminables en autobús , comer lo que encontráis en cualquier bar, tomar cervezas distintas, contemplar paisajes dispares, no saber que día de la semana que es, moverte con el horario del sol (el reloj sólo para no perder el transporte). Menos mal que tenéis la música local y no escucháis ROCKFM como la que tengo que soportar yo (en el coche, en casa, en el trabajo no, porque no se sintoniza). Solo me reconforta el que me tener que levantarme a las 6:oo de las mañana para ir a picar y así llegar a las 22:00 y quedarme dormido en el sofá.
SEGUIR DISFRUTANDO!!!!!!!!!!!!!
P.D.: me imagino que el retraso en las publicaciones es porque no tenéis tiempo
whoiscall · agosto 26, 2023 a las 1:06 am
Thanks!