WANAKA CONECTION
Pisamos por vez primera el suelo de Wanaka entradísima la tarde, sobre las 19:00, un pueblecito acogedor, limpio y que abre sus brazos a todo viajero que llegue con ganas de sentirse un poquito más neozelandés.
Pisamos por vez primera el suelo de Wanaka entradísima la tarde, sobre las 19:00, un pueblecito acogedor, limpio y que abre sus brazos a todo viajero que llegue con ganas de sentirse un poquito más neozelandés.
Tras las tercera parada de admiración, decidimos cambiar de táctica y avanzar un poco más rápido, porque hasta los kiwis nos adelantaban.
El parque nacional Abel Tasman nos teletransportó literalmente a este trocito de paraíso tan cercano como es la costa brava.
Un montón de viñedos repartidos en un espacio de unos pocos municipios cuyos propietarios están encantados de que la gente pruebe sus exquisiteces.
Aunque nuestra opinión es 100% subjetiva, Wellington nos pareció un buen lugar para vivir, está lleno de bares y lugares interesantes, y como siempre, la gente es cojonuda.
Decidimos plantarle cara a Sauron en su casa y pusimos los pies en el camino. Ya no hay vuelta atrás, pequeño Hobbit!
Fue aquí donde empezamos a darnos cuenta de porqué Nueva Zelanda es tan especial, porque desde el primer minuto que pisas el país te da la sensación de que todo está puesto para que te sientas lo más a gusto posible.
De todas formas, Auckland nos encantó por un simple motivo: Laura y Bruno, que nos dieron sin quererlo un máster en cómo ser un anfitrión cojonudo.
Cuidado hasta el más ínfimo detalle, hacía un día de primavera que haría sonreír a Mr Wonderfuck y todo estaba organizado de manera sencilla y perfecta.
Myanmar no tiene muchas playas, pero lo poco que tiene es más que respetable, como la playa de Nwe Shaung en la que decidimos acabar nuestra visita a este espectacular país.