El reencuentro con Frida fue en realidad la mejor bienvenida que podíamos tener en Quito, ciudad a la que ya nos habíamos acostumbrado peligrosamente, a sus menús ejecutivos, sus terrazas donde tomar un buen canelazo, librerías escondidas y un hostel perfecto donde recuperar fuerzas o lo que sea que uno se deja por el camino a golpe de viaje.
Nuestra peludita amiga esperó pacientemente nuestra vuelta de Galápagos en casa de Antonella y su familia, una gran amiga a la que nunca le agradeceremos lo suficiente el favor que nos hizo cuidando de Frida, además de ser la ecuatoriana más guapa, estilosa y agradable que hemos conocido. Un millón de gracias Antonela!!
Como decía, en Quito descubrimos el Hostel Selina, que por lo visto es una cadena de hostels donde sentirse como en casa en un ambiente cool y con unas instalaciones increíbles. En la última planta de un edificio colonial de 9 pisos descubrimos la zona wellness con vistas a toda la ciudad, un estudio de yoga tan bonito, que por raro que pueda parecer te apetecía hasta hacer ejercicio al levantarte. Un misterio sin resolver . Así que poseídos por el espíritu Selina cada mañana hacíamos ejercicio en compañía de Frida, que se movía por todo el hostel como Peter por su casa, haciendo las delicias de todo el que se cruzase en su camino exigiendo a todo el mundo que pagara su peaje en forma de caricias en la panza.
El hostel contaba con una cocina preciosa y perfectamente equipada, cosa que agradecimos muchísimo para darle un descanso a nuestro estómago de tanto arroz y patacones (plátano frito). Además de redescubrir el gusto por cocinar, era plena Semana Santa, y aprovechamos para hacer lo que mejor se nos da: Comer el plato típico ecuatoriano por estas fechas, la Fanesca, un combinado de comida de pobres para ricos, en el Restaurante el Achiote, uno de los mejores de la ciudad.
Para rematar la semana, quedamos con Antonella y su familia que una vez más se portaron genial con nosotros y nos llevaron a pasear por el centro de Quito y sus iglesias, a cada cual más espectacular y todas repletas de fieles devotos pidiendo a dios que la vida les vaya mejor que al vecino, y sintiéndose bien por ello. Me pregunto qué religión imperaría hoy en Latinoamérica si los españoles no hubieran propagado la bondad del cristianismo a base de pólvora y sangre hace 500 años. Con un poco de suerte todo el continente sería hoy ateo y por tanto la sociedad más avanzada del planeta. Nunca lo sabremos.
Estábamos alojados en El Barrio de La Mariscal, centro perfecto para hacer ligeras incursiones a los barrios vecinos, como La Floresta, un barrio ejecutivo salpicado de preciosos y sorprendentes locales, como el Ocho y Medio, un cine café y centro cultural donde cometimos el error de pasarnos de alternativos y entrar a ver Clímax, la última película de Gaspar Noé, director argentino famoso por, sobretodo, llevar al espectador a los límites de lo incómodo. De los 30 que entramos a la sala quedamos menos de 10, y nuestro desasosiego lo acabó pagando Frida a nuestra llegada al hostel, pues la sometimos a un intenso abrazo durante toda la noche para que nos ayudara a olvidar la locura que acabábamos de visionar.
Nos quedaron muchas cosas por hacer en Quito, pero no dejamos de ir al Panecillo, un cerro coronado con una espectacular escultura de paneles de acero, donde disfrutamos de las vistas más perfectas de la ciudad y sus coloridas casas, ayudándose unas a otras para resistir las empinadas colinas en las que se asientan hasta donde llega la vista.
Dudábamos entre cruzar ya a Colombia o apurar un poco más este precioso y tranquilo país, y como somos insaciables y Ecuador es pequeño y las distancias relativamente cortas, decidimos despedirnos con unos días de sudor, mosquitos y pura naturaleza salvaje en la selva amazónica, así que fuimos por enésima vez a la terminal sur de transportes y cogimos el primer autobús hacia Puerto Misahuallí, Tena.
A Frida no le dijimos donde íbamos ni que sus compañeros de habitación serían mosquitos del tamaño de mi mano, pero nada más llegar y ver tanto verde se volvió loca de alegría, y decidimos que nos acompañaría a todas las salidas que hiciéramos. Puerto Misahuallí es un pueblo de 3 calles que convergen en la plaza central, tranquilo pero lleno de vida, con un profundo respeto por la naturaleza y por el río que da vida a toda la región, y basta con caminar durante 20 minutos en cualquier dirección para sentirse en medio de un documental.
En una de las caminatas nos dirigimos a una torre de 40 metros de altura ubicada en mitad de la selva, que subimos con ayuda de arneses, paciencia y evitando mirar hacia abajo, para disfrutar de la vista más maravillosa del mundo, las copas de los árboles del amazonas, la niebla que emerge del suelo, las aves cruzando el cielo y una banda sonora de millones de animales viviendo al margen del hombre. Nos habríamos quedado horas contemplando esa maravilla sino fuera porque Frida reclamaba seguir con la caminata desde el pie De la Torre.
En Puerto Misahuallí nos alojamos en otro Selina, un paraíso en mitad de la nada donde nos dedicamos a disfrutar Del Río que pasaba a pocos metros de nuestra cabaña, a alucinar con las luciérnagas que nos visitaban cada noche y a la segunda cosa que mejor se nos da tras comer: apuntarnos a un bombardeo. Así acabamos sin comerlo ni beberlo en una Minga, que es como llaman aquí al trabajo en conjunto, donde todos los miembros de una comunidad se juntan para realizar una tarea necesaria.
Ese día nos juntamos unas 10 personas para ayudar a reforestar un área de bosque de una familia amiga, y a las 8 de la mañana ya estábamos los 3 caminando por la densa jungla, machete en mano y cargando con esquejes de diferentes árboles, frutales y madereros, hasta llegar a una remota colina donde poco a poco fuimos plantando todos los árboles que transportamos. Dentro de 20 años alguien estrujará un limón sobre una tilapia, y ese limón llevará nuestro sudor, sonrisas y picotazos de mosquito que nos acompañaron ese día.
Tras darnos un merecidísimo baño en la preciosa piscina del hostel, nos tumbamos en la cama, dejamos que el sonido del río y la selva nos envolviera y decidimos que ya no era posible superar esa experiencia. Ecuador nos ha brindado mucho más de lo que le pedíamos. Hicimos las mochilas, le preguntamos a Frida si estaba lista, nos despedimos de la Pachamama y abrimos la guía de Colombia por la primera página con la intención de explorar cada rincón de este intrigante país, si es que conseguimos superar la Frontera de Ipiales, donde a menudo te puedes tirar 2 o 3 días hasta cumplir los trámites aduaneros. Paciencia Frida!
By Pere&Didi
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