Perdidos en un embarcadero viendo cómo el Ferry semanal se alejaba muy despacio de nuestras vistas, 4 chilenos y 2 pardillos con mochilas sobrecargadas, mirándonos unos a otros con la terrible certeza de que ninguno de nosotros tenía la solución a aquel contratiempo.  “Aquí no tenemos mucho que hacer, por lo pronto volvamos a puerto Aysén y vemos qué opciones hay”.

 

 

Tomamos juntos una camioneta que en principio nos tenía que llevar de vuelta al origen del fracaso, pero se acabó convirtiendo en la solución a todo.

Tras repasar las paradas que iría efectuando el Ferry, surgió la posibilidad de llegar hasta Puerto Cisnes, a unas 3 horas en coche hacia el norte.  El ferry llegaría sobre las 11 de la noche allí, con lo cual teníamos tiempo para llegar, pero no tiempo que perder, así que tras una dura negociación encontramos un transporte que nos llevaría a los 6 hasta la siguiente parada del barquito, que como hemos dicho era extremadamente lento, tanto que incluso alguno llegó a pensar en saltar desde el muelle mientras éste se alejaba.

 

 

Ya más tranquilos y medio convencidos de que todo saldría bien, hicimos las presentaciones y nos dimos cuenta de que todos ya tenían billete para el ferry comprado muchos días atrás por ser temporada alta. Todos menos nosotros, que seguimos pensando que esto es Asia y todo se puede solucionar sobre la marcha… Alejandro y Salvador como guest stars, profesores de historia en Santiago de Chile, viajeros despreocupados y con el léxico más hermoso y divertido del continente, pura cultura y entretenimiento. El Loquito, un alma libre y callejera que conocía su país como si llevara 500 años recorriéndolo de norte a sur, y es que así era, un auténtico SDF. Y el Pesimista, profesor en la universidad y convencido de que las siete plagas caerían sobre nosotros antes de llegar a tiempo para coger el maldito ferry.

Pero un pesimista nada tiene que hacer contra 5 ultras de la buena vida y el optimismo, así que llegamos a Puerto Cisnes sin ningún problema, disfrutando y prácticamente despidiéndonos de las maravillas naturales de la carretera austral. Puerto Cisnes nos acogió durante la espera del buque, un pueblo tranquilo y salpicado de bonitas villas de madera, todas mirando hacia la bahía y siempre preparadas para otra preciosa puesta de sol.

 

 

Y eso mismo hicimos nosotros tras conseguir por fin los pasajes que nos permitirían subir a bordo, nos aposentamos en unas mesas de madera a compartir queso y vino, con la bahía de fondo y el sol descendiendo más rápido de lo que nos hubiese gustado. En esas dos horas aprendimos más historia de Chile que leyendo una enciclopedia entera. Maravilloso.

 

 

El Ferry  llegó y salió en hora, justo a medianoche, y tras aposentarnos en nuestros asientos caimos en un profundo sueño sólo turbado por el atronador aviso del barco en cada puerto. Ya por la mañana nos desperazamos y desayunamos junto con Ale y Salva, contemplando desde popa la naturaleza infinita de este país, en forma de islotes, ensenadas, bahías y puertos sin nombre.

 

El último mugido del ferry daba aviso de la llegada a Quellón, el primer pueblo al sur de la Isla Grande de Chiloé, seguramente el territorio más carismático del país, un archipiélago, envuelto en un sinfín de mitos y leyendas y que ya desde el principio muestra una fisionomía muy similar a Galicia. Bueno Chile, parece que aquí vamos a reconciliarnos!

 

 

 

 

Chiloé tiene muchas particularidades, patatas de colores que parecen de todo menos un tubérculo, ajos gigantes (y esto no es broma, cada diente de ajo es del tamaño de una cabeza de ajos entera de los nuestros), gente hospitalaria, iglesias de madera de colores no muy habituales, declaradas patrimonio de la humanidad y muchas reminiscencias gallegas, qué puede fallar?

 

 

 

 

Nuestro único fallo fue despedirnos de Salva y Ale en Quellón y no seguir su rumbo, ya que al no tener nosotros tienda de campaña no vimos muy factible continuar ruta juntos. En otra vida será. Esa noche en Quellón decidimos darnos un homenaje y cenar y beber como reyes, entre piscos, cervezas, cangrejo e incluso tortilla de papas, dormimos tranquilos planeando la visita a esta curiosa Isla.

 

 

 

Al día siguiente pusimos rumbo a Castro, lluvioso y entretenido, con la mayor iglesia de madera de la isla, muchos palafitos y un mercadillo repleto de puestos de ceviche, donde tal cual entra el pescado lo preparan con mucho cilantro y limón para deleite de nuestros paladares, que ya habían aborrecido la poco creativa cocina del sur.

Estábamos ya muy envalentonados con la comida, pero no tanto como para probar el cochayuyo, unas algas que no nos llamaron la atención por lo apetitoso de su apariencia precisamente.

 

 

 

 

Castro es un buen lugar para explorar los alrededores, y dedicamos el día a visitar Dalcahue y la isla de Quinchao. El primero turístico y bullicioso, con un mercado dedicado exclusivamente a las cocinerías, puestos de comida que ofrecen delicias marinas y sobretodo el Curanto, el plato típico chilota compuesto por… todo lo que se te ocurra del mar y de la montaña junto. Patata, mejillones, cerdo, almejas, pollo, ostras, carne, todo ello cocido en una malla y separado del caldo. Se atrevieron a compararlo con el cocido madrileño y aún me dura el tic en el ojo… En fin, plato típico de muy dudosa calidad.

La isla de Quinchao es tranquila, se accede a través de un barquito que cruza la bahía cada 10 minutos, y la recorrimos en bus hasta el último pueblo, Anchao, con otra peculiar iglesia de madera, maravillándonos con las muchas similitudes que guarda todo este territorio con nuestra querida Galicia.

 

 

 

Ya de vuelta y sin ganas de tomar otro autobús, una agradable familia de Santiago se ofreció para llevarnos hasta Castro, sin importarles mucho que fuéramos 6 en el coche, Diana a punto de descoyuntarse el cuello y Pedri perdiendo la sensibilidad en las piernas para las próximas 3 horas.

 

Visto Castro, pusimos rumbo a Ancud, de la que habíamos leído maravillas, y precisamente por eso a la que decidimos ir sin ningún tipo de expectativas. Tardamos menos de media hora en enamorarnos de Ancud, de su gente, del maravilloso hostel donde nos hospedábamos (13 lunas, seguramente el mejor hostel que hemos pisado en nuestra vida), de las preciosas vistas del mar, de sus pingüinos, de las ballenas… Si, aquí nos quedaremos unos días. Ancud.

 

 

El hostel 13 Lunas, una preciosa casa de madera decorada con mucho gusto y muy bien llevada por Pancho, contaba con una gran cocina de leña y un gran “Quincho”, un espacio perfectamente preparado para barbacoas donde compartir vinos y asados sin molestar ni ser molestado (una bodega para meriendas que lo llamarían en mi pueblo).

Y entre la cocina y el Quincho pasamos grandes momentos junto con otros viajeros que nos descubrieron maravillas como el Piscola, obvio, Pisco con cocacola. Una buena alternativa para cuando se acaba el riquísimo vino chileno, seguramente el producto con la mejor relación calidad/precio del país.

 

 

La zona norte de Chiloé es famosa por sus pinguineras y por el avistamiento de ballenas jorobadas, cosa que hacía especial ilusión a este par de urbanitas cuya única fauna cercana se resume en perretes, algún gato y palomas.

En la playa de Puyahuil pudimos ver las pinguineras y rocas llenas de lobos marinos que iban acompañándonos junto al barco. Nos lo iba explicando Pancho, el jefazo del hostel que además es un enamorado de su tierra y su naturaleza y transmite su pasión por todo lo que le rodea.

 

 

 

 

Las ballenas, pese a haberlas visto saltar a lo lejos desde la playa, decidieron no aparecer el día que fuimos a verlas mar adentro, así que nos resignamos y decidimos dejar de congelarnos en el barquito de marras, volver a casa y darnos una ducha bien caliente mientras alguien cocinaba choripanes en el quincho.

 

 

 

 

Además de un precioso entorno, Ancud tiene 2 museos que valen mucho la pena, donde se explica perfectamente la cultura chilota y sus costumbres, la llegada de españoles y holandeses, el tremendo terremoto en el 1960 (el más grande jamás registrado, 9’5 escala de Richter) y la reconstrucción pertinaz llevada a cabo por los laboriosos chilotas. 

 

 

 

Tras pasar unos días increíbles en Ancud, decidimos colgarnos de nuevo la mochila y seguir avanzando hacia el norte, concretamente hacia Puerto Montt, donde nos esperaba una de las mejores amigas que hicimos en nuestro anterior viaje, la grandísima Fran Machado! 

 

 

By Pere&Didi

Categorías: CHILE

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