
Llegamos cansadísimos al pueblo, nos despedímos del gran Sam el galés y buscamos un habitación triple. Después de una obligatoria ducha salimos a ver qué se cocía por allí. Pero no se cocía nada en especial, allí se freía, y mucho. Resulta que se celebraba su análogo a las fiestas de San Roque, y serán budistas y tendrán algunas diferencias con nosotros, como que sólo los hombres pueden entrar en los templos para pegarles a las figuras sagradas unas pegatinas doradas como ofrenda, pero la fritanga es una constante en cualquier verbena que se precie. Una vueltecita por la feria y de regreso al hostel a por otra obligatoria ducha.
Por la mañana buscamos a alguien que en barquita nos enseñara qué tiene el lago además de chinos, resorts y mierda, que lo hace tan especial. Un chico de nuestro hostel se ofreció a llevarnos y aceptamos, aunque primero debía protegerse del sol, claro está, esto es Asia y su ideal de belleza es la piel blanquita tirando a lechosa. Recordemos que hacía unos 55ºC a la sombra, y el tipo se calzó una chaqueta de cuero, guantes de nieve y le robó a su madre una pamela que hubiera hecho las delicias de Paris Hilton. Bien prevenido de los rayos ultravioleta y del oxígeno en general, nos enseñó varios pueblitos que hundían sus cimientos en las profundidades del lago, lugares de otro planeta.





Llamadme ignorante (tampoco os ensañéis) pero no puedo entender porqué esta gente no establece el pueblo cien metros más atrás, en tierra firme. Vas caminando de un sitio a otro y si se te cae algo del tendedero no lo pierdes corriente abajo. Aunque si llevan viviendo así centenares de años y rehacen sus casas una y otra vez de esta forma, a lo mejor es más útil como construyen ellos y estamos todos los demás haciendo el tonto. Nunca lo sabremos porque nosotros no lo vamos a intentar, nos conformamos con haber conocido tan de cerca el carismático Lago Inle, un lugar único en el mundo.
By Pere&Didi.
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